jueves, 10 de mayo de 2018

Totoralejos: un fantasma ferroviario en las Salinas Grandes

15 de noviembre de 2015.

Por: Héctor Brondo.

Fue la estación más importante de la región, en el extremo noroeste de Córdoba. Hoy está en ruinas, y con un solo habitante.



El comienzo del final
La melancolía le pegó una bofetada en la cara y le invadió una sensación repentina de frío cuando echó llave, por última vez, a la puerta de la parada ferroviaria del que había sido el principal apeadero de las Salinas Grandes, en el lejano noroeste cordobés.

Los recuerdos se apiñaron en el andén para darle la despedida y sólo un vagón abandonado en vía muerta fue testigo del sollozo del hasta ese día jefe de la estación de Totoralejos.

Roberto Otilio Palacios –de él se trata– pensó que la tristeza no lograría torcerle el brazo, pero se equivocó.

Se acordó de aquella mañana de 1975 cuando su papá Luis “Goyo” Palacios le dio un abrazo de bienvenida a la familia del riel y lo invitó a subir al tren “Cinta de Plata”.

Debía controlar que el pasaje de la formación viajara en orden. Esa fue la primera tarea que le asignaron en la empresa estatal como auxiliar de Tráfico.



Totoralejos, en medio del desierto. Queda poco de aquel caserío que alojó a unas 100 personas.

El convoy del Ferrocarril Belgrano –pintado de gris metálico con una guarda azul en los laterales, de allí su mote– era un expreso de lujo que desde 1969 cubría el trayecto Salta-Buenos Aires.

Dejó de traquetear en 1992, al igual que “El Norteño”, su compañero de trocha. El coche de primera venía repleto desde Tucumán, quedaban pocos asientos en pullman y el único camarote libre se ocuparía en Deán Funes.

Allí se habían hecho tres reservas con destino final a Retiro, Capital Federal.

También Palacios trajo a la memoria las guitarreadas y bailes en el boliche de Taborda o en el de doña Angélica Soria. En esas pulperías se lucían los hermanos Eduardo y Lucho Torres, virtuosos guitarreros y cantores.

En el mostrador de esos bares, otros que acostumbraban a acodarse eran los braceros que extraían leña o fabricaban carbón en Palo Santo, el obraje más grande y famoso de la comarca. Lo propio hacían los peones y capataces de La Sirena, otra finca cercana.

En la primavera de 1993, Roberto Palacios y su hermano Miguel eran los únicos habitantes del caserío, que en su apogeo llegó a tener un centenar de vecinos.

Cinco meses antes de la mudanza del último jefe de la estación, se habían levantado la última cuadrilla de Vía y Obra y la escuela rural que funcionó durante décadas.


Miguel Palacios, según pasan los años. En cada visita dice que está por mudarse, pero persiste.










Ocaso

Totoralejos está ubicado en el noroeste cordobés, casi en el límite con Catamarca y Santiago del Estero, a 220 kilómetros de la ciudad de Córdoba.

En la cartografía del Instituto Geográfico Militar figura como un caserío a la vera de las vías del Ferrocarril General Belgrano, en el kilómetro 940 del ramal principal del viejo Central Córdoba y a unos 3,2 kilómetros de la ruta 60.

Era una parada intermedia entre Lucio Victorio Mansilla y Recreo que permitía aliviar el trayecto a través del desierto de sal. En las vías auxiliares se dejaban vagones cisternas para el aprovisionamiento de agua de las máquinas en épocas de tracción a vapor.

También para consumo humano, ya que nunca hubo agua potable en el asentamiento. Como tantos otros campamentos ferroviarios en Argentina, Totoralejos acusó el impacto letal del decreto 666/89 y otras disposiciones complementarias.

Fue cuando el Poder Ejecutivo Nacional (a cargo entonces de Carlos Menem) ordenó a la intervención de Ferrocarriles Argentinos “el cumplimiento de un plan de coyuntura (...) para racionalizar los gastos de explotación” y una “fuerte disminución de la necesidad de financiamiento” de la empresa.



“Acabo de cumplir 40 años como ferroviario y dentro de unos meses me jubilo, si Dios quiere”, cuenta Roberto Palacios desde la estación de Recreo.

Tiene a su cargo esa parada catamarqueña desde que lo trasladaron, hace 22 años.

“Cada vez que paso a ver a mi hermano por Totoralejos –el pueblo donde nací, crecí y me hice hombre–, siento una angustia en el pecho cuando veo todo en ruinas: las casas, la estación, la posta de la Policía Caminera...”, dice Roberto Palacios.

“No miento si digo que me dan ganas de llorar de tristeza”, remata.

Como le sucedió aquella tarde de 1993, cuando echó llave por última vez a la puerta de la estación y sólo un vagón abandonado en una vía muerta fue testigo del sollozo que le provocó la partida.



Totoralejos no tiene ni agua potable ni electricidad. El el pueblo más cercano está a unos 20 kilómetros: Lucio V. Mansilla, de 900 habitantes.

Fotografía y video: Sergio Cejas. Imágenes de Archivo: Antonio Carrizo y Ramiro Pereyra.

http://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/totoralejos-un-fantasma-ferroviario-en-las-salinas-grandes


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Miguel, el último “mohicano”

Miguel Palacios nació en Totoralejos hace 71 años y es el único habitante que queda.



Vive en la casa que levantaron sus padres Gregorio Palacios y Feliza, frente a la estación ferroviaria del poblado, hoy en ruinas. Se quedó solo en el paraje cuando a su hermano Roberto, el último jefe de la parada del Ferrocarril Belgrano, lo trasladaron a Recreo, Catamarca, en 1993.

Resiste en el lugar sin agua potable, sin electricidad y con el pueblo más cercano a unos 20 kilómetro: Lucio V. Mansilla, de 900 habitantes. Desde esa localidad suelen llevarle agua potable.

“Este año a lo mejor me voy a vivir a Recreo, donde tengo hermanos y parientes”, le comentó a este cronista, que lo visitó en el lugar.

Lo mismo le dijo en 2003 y 2007. Pero sigue firme al borde del inmenso desierto de sal, en la desolación absoluta.

Cría vacas y tiene algunas gallinas y aves de corral. Con eso se las arregla para vivir.

Dice que a la noche lo acompañan los recuerdos. “Este lugar era hermoso, muy tranquilo y todos vivíamos bastante bien con lo poco que teníamos”, resume.

“Pero el traslado de los empleados del ferrocarril y el cierre de la estación, lo condenó a muerte, porque nadie hizo nada para salvarlo”, lamenta.

http://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/miguel-el-ultimo-mohicano-0


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