martes, 21 de agosto de 2012

Los Pueblos de Tucumán: Taco Ralo



Martes, 21/08/2012 | 17:39 hs

POR ROSARIO TORINO SOLÁ

Taco Ralo, una invitación a un baño en sus apacibles termas.



En el departamento Graneros se encuentra, en un pequeño rincón al suroeste de la provincia tucumana el poblado de Taco Ralo. Limitando con las provincias de Santiago del Estero y Catamarca, este modesto poblado genera gran interés y atracción por sus pozos de aguas termales. Viajando 119 kilómetros de la ciudad capital de la provincia por la Ruta Nacional número 157, se llega a esta cautivante localidad que promete muy agradables baños en sus terapéuticas aguas termales, ideales para el tratamiento de diversas afecciones.

Este recurso natural, cocido por sus propiedades ya desde el imperio incaico, constituye una maravilla muy cautivante tanto para turistas de afuera como para sus propios habitantes. Y es que recorriendo tan sólo 17 kilómetros de la población se llega al pozo surgente de agua termo mineral Puesto del Medio. Y este mismo es considerado, según investigadores japoneses que visitaron la zona, el segundo agujero termal más extraordinario en el mundo ideal para realizar baños termales y de barros para la belleza. Cabe destacar que quien encabeza la lista es nada más y nada menos que el Pozo de Francia, donde se comercializan los productos Vicchi.

Gracias a esto Taco Ralo ha pasado de ser una pequeña localidad a un fascinante punto de seducción muy importante para su provincia. Estas, que comparten el acuífero con las de Río Hondo en Santiago del Estero, y que alcanzan una magnifica temperatura que oscila entre los 42º y los 52º; ponen a disposición del visitante sus aguas meso termales, alcalinas, bicarbonatadas, silicatadas y sulfatadas. Altamente recomendables para uso terapéutico en casos de reumatismo, gota, dispepsia, afecciones hepáticas, hipertensión e insomnio.

El nombre de esta localidad deriva de la lengua quechua y quiere decir árbol de poco follaje, según una traducción realizada por los jesuitas. Aquellos religiosos habitaron en este lugar algún tiempo atrás junto con diferentes etnias aborígenes, siendo estos últimos los primeros pobladores de las tierras de Taco Ralo.

A pesar de esto recién en el año 1800 se funda por primera vez este sitio bajo el nombre de kilometro 28. Años más tarde esta denominación cambio por la de tres arboles, conmemorando a los 3 grandes eucaliptos que crecieron sobre las vías del ferrocarril. Y finalmente la misma volvió a hacerlo por la que conserva actualmente.

El presente de Taco Ralo es favorable gracias a la posibilidad que su tierra brinda para la realización de tareas agrícolas y ganaderas. Es decir que además de tratarse de un lugar muy reconocido por sus alucinantes pozos termales, también lo es por ser una gran productora de soja, cebada, maíz y centeno. E incluso en la actualidad estos granos continúan siendo transportados por el tren de cargar General Belgrano.

La invitación y garantía de experimentar una estadía cómoda y completa en Taco Ralo, es una constante para todos. Y a los excelentes alojamientos del lugar, a platos gastronómicos muy ricos y tradicionales, y a diferentes tipos de actividades muy enriquecedoras, se le suma además un agasajador baño de belleza y salud en sus celestiales hoyos termales.

http://www.elintransigente.com/notas/2012/8/21/pueblos-tucuman-143371.asp

lunes, 20 de agosto de 2012

La cuestión ferroviaria

Lunes, 20 de agosto de 2012

DEBATE › INVERSIONES, SERVICIOS, PASAJEROS, CARGA, PRIVADOS Y EL ESTADO

El sistema de transporte por tren, de pasajeros y de cargas, requiere de inversiones del Estado, puesto que el privado no las hizo ni las hará, para lograr una red sostenible, tanto para la metropolitana cuanto la de larga distancia y la de carga.

Por Alberto Müller
Cespa-FCE-UBA.

En un artículo publicado en Cash el 29 de julio pasado, Eduardo Lucita brinda un apretado, pero sustancioso recuento de la evolución del ferrocarril en la Argentina, desde su nacionalización hasta la actualidad. Ante una trayectoria que juzga negativa, su conclusión es la siguiente: “El Estado debe revertir de inmediato las privatizaciones y hacerse cargo integralmente del subsistema ferroviario, incluidos los servicios de carga, que son los verdaderamente rentables, que deben subsidiar a los de pasajeros”. Postula para el ferrocarril un rol central dentro del sistema de transporte, para lo cual deberá formularse un plan acorde con este propósito. La argumentación de Lucita aporta bases para un análisis fundamentado de este tema. A partir de este disparador, aportamos algunas reflexiones sobre la remanida e irresuelta “cuestión ferroviaria” argentina.

La nacionalización del ferrocarril en la década del ’40 obedeció a la creciente competencia del automotor, que le restó tráficos de cargas; pero también a las grandes inversiones que demandaba su reequipamiento para hacer frente tanto a renovaciones de infraestructura como a la dieselización. Los inversores privados de aquel entonces poco interés tenían en acometer y financiar semejante tarea. En los cuarenta años siguientes, la gestión estatal hizo frente en algún grado a esta demanda: la infraestructura logró detener su deterioro y consiguió algún mejoramiento; se concretó además la dieselización y hubo un sensible reequipamiento de material rodante. Pero también se recortó fuertemente la actividad. Esto se concretó principalmente durante la última dictadura (que con frecuencia se omite, y el artículo de Lucita no es una excepción). El período estatal ve reducir la red en operación de casi 44.000 kilómetros a menos de 29.000 kilómetros en 1989. El personal disminuye en más de un 50 por ciento. Este recorte tuvo sin embargo un alcance limitado en el servicio metropolitano de Buenos Aires, que además fue el que más inversiones recibió.

La privatización significó una nueva reducción de la red, que hoy los datos oficiales cifran en unos 20.000 kilómetros. Se suprimió gran parte de los servicios interurbanos de pasajeros y el personal sufrió una nueva reducción, aunque aquí parece haber tenido gran importancia la tercerización de actividades. El ferrocarril privado de cargas ha producido una fuerte transformación de determinadas pautas operativas, pero la inversión ha sido escasa. La infraestructura, aun en líneas de cierta densidad, parece presentar mayormente un estado peor al que imperaba veinte años atrás. El ferrocarril metropolitano, un caso muy singular por la persistencia del subsidio estatal, fue objeto de inversiones de reposición, siendo que el estándar del servicio no es sustancialmente diferente del que imperaba en la década de 1970 (ha habido incluso empeoramientos); pero el estado de los activos es malo y la confiabilidad de las prestaciones es menor que en la década mencionada.

Tras los cuarenta años de gestión estatal, ya han pasado dos décadas de la etapa privada. La escasa inversión fue por aporte estatal, y nuevamente los requerimientos de inversión son muy grandes. La cuestión ferroviaria no ha sido resuelta, en el sentido de lograr una condición sostenible de este modo, en lo que se refiere sobre todo a la red interurbana. No es el caso del sistema metropolitano, sobre cuya necesidad la historia muestra que no hubo mayores dudas.

Lucita propone, ante este panorama, una vuelta a la gestión estatal, algo que ha ocurrido de hecho con la mayor parte del sistema metropolitano.

Hay dos preguntas centrales aquí. Por un lado, cuál es el destino que debe tener el ferrocarril. Por el otro, cuál es el involucramiento estatal necesario. Estas preguntas deben responderse en este orden.

En relación con lo primero, Lucita sostiene que debe constituirse en un “eje articulador” del sistema de transporte. No aclara qué significa este rol, pero es de suponer que se refiere a que debe ocupar un papel más importante que el actual. En otros términos, debe tener mayores tráficos.

Al respecto, nuevamente debemos desdoblar el tratamiento en los dos segmentos de la red. En cuanto al ferrocarril metropolitano, su justificación actual está mayormente fuera de discusión; solamente el caso de prestaciones de baja escala y frecuencia, en distancias mayores a los 40-50 kilómetros desde el centro metropolitano, debería eventualmente ser analizado. La cuestión central es si existe tráfico potencial a ser captado, dentro de una política de transporte metropolitano que le dé prioridad al transporte colectivo. Esta pregunta no puede ser respondida en forma general, sino que debe ser abordada por corredor. Sería de esperar que la constitución de la Agencia Metropolitana de Transporte brinde el marco necesario a este fin.

En referencia al ferrocarril de cargas, un defecto congénito de esa red ha sido su baja densidad, es decir elevados costos de infraestructura. A título comparativo: el ferrocarril de Estados Unidos presenta una densidad de cerca de diez millones de toneladas por kilómetro de red; el de la Argentina, no llega al millón. Algunos cálculos pueden mostrar, en una primera aproximación, que sólo un ferrocarril como mínimo tres veces más denso que el actual puede justificarse económicamente; esto es, sólo en esta escala el ferrocarril permite bajar costos de transporte para la economía en su conjunto. En otros términos, se requeriría la triplicación de los tráficos, que serían básicamente de cargas. Este objetivo, que sólo se podría alcanzar en un plazo largo, demanda un considerable esfuerzo no sólo inversor, sino también de captación de tráficos. Pero previamente hay que determinar si tales tráficos existen efectivamente. Esta pregunta puede provisoriamente recibir una respuesta por el sí, pero no es para nada un tema obvio.

Vamos ahora a la segunda pregunta, referida al involucramiento estatal. Esta cuestión tiene varios aspectos.

En primer lugar, está claro que un incremento sustantivo de tráficos demandará importantes recursos (una primera aproximación arroja entre 15.000 y 20.000 millones de dólares en un período de diez años), y está claro también que el sector privado no aportará, como la historia ya lo ha mostrado. Ni siquiera lo hizo en la década del ’90, cuando fue posible implementar cambios operativos importantes con prescindencia del efecto sobre el empleo y además existía un amplio horizonte de concesión que permitiría amortizar inversiones. El sistema de cargas tiende a tornarse en un ferrocarril industrial, apéndice de determinadas actividades productivas, que languidecerá cuando la reposición de infraestructura sea imperiosa. Si no ha habido recursos del sector privado para reponer los activos recibidos, menos los habrá para una ampliación sustantiva.

En segundo término, un proyecto de este tipo para el ferrocarril requiere desarrollar capacidades no existentes, ni en el Estado ni en el sector privado, a efectos de idear formas de inserción del ferrocarril en complejas cadenas logísticas, especialmente de productos industrializados. Un ejemplo sería cómo lograr que la producción automotriz con sede en Córdoba y destino en la Región Metropolitana de Buenos Aires utilice el ferrocarril. Cuestiones de este tipo no son para nada triviales. Los actuales operadores de carga han mostrado interés –como Lucita destaca– en el transporte de carga muchas veces propia.

En tercer lugar, el Estado que se haga cargo del tema ferroviario no puede ser el Estado que gestionó el sector transporte en los últimos veinte años. El propio ferrocarril es una de las mejores demostraciones. Si la gestión privada terminó en un fracaso en buena parte del sistema metropolitano, no puede decirse lo mismo con el resto del sistema. Más allá de las limitaciones señaladas, los operadores de carga han mantenido un cierto nivel de captación de tráficos. Hacía muchas décadas, por ejemplo, que el ferrocarril no lograba transportar diez millones de toneladas de granos.

Los ensayos de operación estatal han mostrado en cambio deficiencias más que visibles. El ejemplo es la pésima operación del servicio de pasajeros a Mar del Plata por parte de la Provincia de Buenos Aires. Pero también está el ejemplo del Ferrocarril Belgrano Cargas, que hoy día transporta un 75 por ciento menos de lo que logró hace dos décadas. También en la gestión en lo referido al transporte automotor de pasajeros hay muy gruesas falencias. No es cualquier Estado el que contribuirá a resolver la “cuestión ferroviaria”

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/40-6220-2012-08-25.html

viernes, 17 de agosto de 2012

El tren de película que iba y volvía a la metrópoli


Alberto Horacio Elsinger
LA GACETA


CAMINANDO ENTRE LAS VIAS 2

El Expreso Buenos Aires-Tucumán era un convoy de pasajeros de llamativo lujo. Estaba dotado del confort inherente a un hotel sobre ruedas y con detalles que halagaban al pasajero más exigente. En 1981 se transformó en El Independencia. Este tren apareció en 1969 y subsistió hasta la privatización de los ferrocarriles. en marzo de 1991.

LOS PULMAN. Estaban dotados de asientos reclinables y con aire acondicionado.


"Fui la primera azafata tucumana del tren N° 275-276 del ex ferrocarril Mitre, más conocido como expreso Independencia. La formación, que se caracterizaba por la suntuosidad y el confort de sus coches, unía Tucumán con Retiro, ida y vuelta". Sin preámbulos, Marta Estela Giunta comenzó a evocar su tan añorado periplo de cinco años como auxiliar de a bordo (ferromoza) de ese lujoso convoy de pasajeros de trocha ancha.

El Independencia fue la versión de los 80 del aún más confortable y ostentoso Expreso Buenos Aires-Tucumán, que comenzó a correr a partir de 1969. Fue concebido como punto de partida hacia una nueva modernización de los servicios ferroviarios y símbolo de la recuperación de Ferrocarriles Argentinos, por lo que era uno de los trenes más lujosos y confortables del mundo.



"Aún más, para que pudiera desplazarse por la vía principal del entonces Ferrocarril General Mitre realizaron trabajos de readecuación de la infraestructura existente durante algo más de dos años. Las obras concluyeron el 6 de septiembre de 1969. Y entre ellas figuraba la renovación de 357 km de vías a lo largo de Santiago del Estero, la vía cuádruple de Retiro a Empalme Maldonado y la vía doble entre ese punto y José León Suárez, así como el mejoramientos del material rodante", detalló el consultor ferroviario Víctor Rossi.Lo cierto es que al inaugurarse el servicio, solo en 14 horas y 58 minutos se recorrían los 1.156 km que separan a la Capital Federal del "Jardín de la República". Pero a partir de 1981, al relanzarse como Independencia, se empleaban 18 horas.

SOBRE RUEDAS. El coche cine contaba con un proyector de 35 milímetros, como las grandes salas de esos tiempos, y butacas para 80 personas.


Marta Giunta, que por entonces ni soñaba que iba a sumarse a la planta permanente del Independencia, contó: "a bordo de ese tren el viajero podía disfrutar de un espléndido restaurante, servicio superpullman con música ambiental, dormitorios que se convertían en coquetas salitas de estar, aire acondicionado en todo el tren, ver películas en el coche cine o degustar algún plato de la cocina internacional, que se servía en el ameno y distinguido coche comedor. Además de una atención permanente".

AUXILIAR. Marta Estela Giunta era la única tucumana.


"El Expreso estaba formado, cuando comenzó a correr, por una locomotora Alco RSD 16, un furgón Werkspoor FC, cinco coches pullman Werkspoor P.A., un coche cocina Hitachi C.A, un coche comedor Hitachi R.A, dos coches dormitorios Materfer D.A. y a partir de 1977 de un coche cine Hitachi P.A.C. Pero desde que se convirtió en Independencia la formación se integraba con la locomotora, un coche automovilero, el coche cine, tres coches dormitorios, el coche comedor, los tres coches pullman Hitachi y el furgón Werkspoor FC", apuntó Claudia Giménez. Ella es profesora de música y cantante folclórica, y se desempeñó junto a Giunta como ferromoza de aquel servicio ejecutivo y veloz. En la actualidad reside en Buenos Aires.

Aunque a partir de 1976 se redujo en un 50% los servicios de pasajeros y en un 40% la planta de personal, el Expreso Buenos Aires-Tucumán sobrevivió y se convirtió en el Independencia. Incluso a partir de 1981 hasta 1989 hubo signos de cambios de actitud, al suspenderse el levantamiento de vías y producirse un lento mejoramiento en los servicios y en las inversiones.

"Había cuatro funciones de cine por viaje. Nosotras organizábamos los turnos del comedor y del coche cine", explicó Giunta, que hoy vive en San Juan al 1.700 junto a su esposo e hijas.

"Las películas que se pasaban eran de acción, como Arma Mortal (1, 2, 3 y 4), Mad Max, Expreso de Chicago; o de amor, como Love story, entre las que recuerdo", evocó Claudia.

El Independencia paraba en La Banda (Santiago del Estero), Ceres (Santa Fe) y Rosario. "Usábamos uniforme azul, camisa blanca, pañuelo azul, rojo y verde. Nos pagaban viáticos y sueldo. Éramos cuatro por viaje", contaron las ex auxiliares.

"Era un tren para exigentes, y se convirtió en una de las realizaciones más positivas que hizo la empresa nacional de ferrocarriles", resumió Claudia.

http://www.lagaceta.com.ar/nota/506188/cultura/tren-pelicula-iba-volvia-metropoli-.html