domingo, 21 de julio de 2024

Un intendente rosarino fue quien estableció la hora oficial en todo el país

 21 de julio 2024.

El tiempo no era único. Las líneas del ferrocarril, el telégrafo, la Iglesia y los relojeros llevaban sus propios horarios. Un rosarino logró unificarlo.


La hora oficial en todo el territorio argentino se estableció en 1894 y su impulsor fue un intendente rosarino: Gabriel Carrasco. El mandatario fue quien marcó la necesidad de unificar los horarios en un país que no paraba de crecer y que se encontraba conectado gracias al ferrocarril y las nuevas comunicaciones.

Argentina fue el primer país de América del Sur donde el Poder Ejecutivo Nacional estableció una hora unificada para todo su territorio. Fue Rosario la primera ciudad en generar una iniciativa legal para que esto ocurriera. Y unos años antes, en 1891, la Municipalidad de Rosario declaró la hora oficial como análoga a la del Observatorio de Córdoba.

Gabriel Carrasco asumió la intendencia de la ciudad en 1890. Algunas de sus acciones durante su mandato dejaron huellas indelebles en Rosario: fue, por ejemplo, quien le puso el nombre El Salvador al cementerio, y quien tuvo la iniciativa de la construcción del Palacio Municipal. Además de intendente, periodista y escritor fue ministro de Agricultura, Justicia e Instrucción Pública, inspector escolar y legislador provincial en Santa Fe. También fue el autor del censo santafesino de población de 1887 y del censo nacional de 1895.

Sin embargo, una de sus contribuciones más interesantes fue la de señalar la necesidad de que Argentina tuviese una hora oficial. En 1893 publicó un escrito que se llamó "La unidad horaria en la República Argentina". Allí, Carrasco se propuso demostrar cómo era la cotidianidad sin un horario establecido de manera universal y la urgencia de que el país asumiera un horario unificado.

¿Cómo era el tiempo argentino antes de la hora única?

El escrito de Carrasco es una increíble instantánea de cómo era el país cuando los minutos y las horas dependían de distintos personajes e instituciones: los relojeros, la Iglesia, las distintas líneas de ferrocarril o el telégrafo. Todos ellos tenían su propia noción del tiempo.

Los habitantes de la Argentina de fines de siglo XIX tomaban la hora de distintos lugares. Por ejemplo, en aquellas localidades cruzadas por varias líneas de ferrocarriles, algunos se manejaban con la hora del que iba y venía a Buenos Aires. Otros, en cambio, tomaban el horario que marcaba el tren de Córdoba, que además manejaba la misma hora que los telégrafos nacionales.

Pero en las localidades donde el ferrocarril no llegaba, los horarios dependían de los relojeros de los barrios y muchas veces no coincidían entre ellos ni con la iglesia más cercana. Inclusive, hasta se podía dar un desfasaje entre el reloj de la Iglesia y su campana.

“Tomada la hora de una relojería son las diez. Caminadas unas cuantas cuadras, se llega a otra relojería donde resultan ser las diez menos cinco minutos. Hemos caminado cinco cuadras y retrogradado cinco minutos", escribía Carrasco. A veces, incluso, la discrepancia no era solo de minutos y llegaba a haber diferencias de media hora entre unos y otros.

"La más espantosa anarquía horaria"

El rosarino advertía que los argentinos se encontraban en "la más espantosa anarquía horaria" y señalaba: “Nunca se sabe cual es la hora en que vivimos. «Son las doce», dice uno, pero tiene cuidado de agregar «por el ferrocarril tal» o «por el telégrafo» o «según el reloj de la relojería tal»”.

Además, el intendente rosarino señalaba algo imposible de eludir: los relojes a veces no funcionaban, se paraban repentinamente y muchas veces tardaban en arreglarlos. O caían en destiempo y sus minutos se corrían. La naturaleza del artefacto muchas veces llevaba a que se volviera obsoleto y al no haber un horario oficial rápidamente el tiempo se perdía.

Gabriel Carrasco, el rosarino impulsor de la hora oficial en todo el país.


A Carrasco, la falta de unidad le resultaba anárquica y caótica. La necesidad de ordenar el tiempo era urgente. “Esta pregunta hecha en cualquier punto del territorio argentino, hace medio siglo, hubiera podido tener inmediatamente segura contestación. Cualquier reloj era bueno al efecto, aunque su marcha no fuera muy regular: por media hora más o menos no se había de perder la salida del vapor, ni la del tren, ni se había de encontrar cerrada la oficina del telégrafo... por la sencilla razón de que en aquellos tiempos, nada de eso existía en las vastas soledades de la República Argentina", señalaba.

El problema era justamente eso: el país había crecido, el modelo agroexportador demandaba ciertas estructuras y la unificación del horario era una de ellas. Los ferrocarriles estaban en su esplendor y sus horarios de salida y llegada debían ser uno para todas las provincias.

La primera iniciativa se registró, efectivamente, en Rosario. Ciudad del ferrocarril y portuaria, era una localidad clave en este sistema económico. La hora oficial la declararon a partir del Observatorio de Córdoba, pero en algunas empresas de ferrocarriles con estaciones en la provincia seguían manejando otros horarios: a veces los que fijaba el Observatorio de La Plata o el Naval de Buenos Aires.

El decreto de 1894

Las presiones de Carrasco y su constante insistencia en que eso debía solucionarse llevó a que, el 25 de septiembre de 1894, se dictara el decreto que unificó la hora nacional en todo el territorio argentino.

El Poder Ejecutivo Nacional declaró entonces como hora oficial la del meridiano de Córdoba para todas las oficinas públicas. Un decreto anterior ya había establecido el mismo horario el 1º de agosto de aquel año y ya regía para todas las vías férreas del país.

El después de Carrasco

En febrero de 1920, se estableció, también por decreto, la adopción del huso horario de cuatro horas al oeste del meridiano de Greenwich, y en mayo de ese año, adhiriendo el país al Sistema Internacional de Husos Horarios, se corrigió la diferencia que existía con la hora correspondiente a la longitud del meridiano del Observatorio de Córdoba.

El 12 de noviembre de 1923, finalmente, el Poder Ejecutivo decretó que la hora oficial de Buenos Aires sería la determinada por el Observatorio de la Armada, que debía mantener actualizado el reloj de la torre instalado en la plaza Británica de Retiro. A partir de esa fecha, el Observatorio Naval Buenos Aires (Onba) es responsable de determinar y conservar lo que fue en un principio la hora de Buenos Aires y que después pasó a denominarse como Hora Oficial Argentina (HOA).

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